El Sexto – José María Arguedas – (La luz y el sonido en la obra de JMA. Chalena Vásquez)

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El Sexto

Porque el canto es la flor de los humanos

(capítulo del estudio sobre la Luz y el Sonido en la obra literaria de José María Arguedas)

Chalena Vásquez

La novela El Sexto, (que fue pensada en 1939 y la empezó a escribir en 1957) expone el testimonio del propio José María Arguedas y su tiempo en prisión, cuando era estudiante universitario.

Arguedas fue detenido cuando salió a protestar contra un representante de Musolini, que se presentó en la Universidad Nacional de San Marcos al lado de autoridades del gobierno peruano.

La realidad humana dentro de una cárcel, intensifica todos los sentidos, los agudiza en tanto no se haya perdido la esperanza de salir, salvo que la persona se abandone y se hunda en la depresión severa o la locura.

Los personajes presos, vagos o delincuentes comunes, los políticos detenidos, los internos delincuentes avezados, se encuentran en la novela expresando corrientes ideológicas y emotivas, tanto en la expresión verbal, en conversaciones y diálogos, como en las canciones que interpretan.

Todos los personajes en la prisión cantan: los comunistas, los apristas, el Rosita, Puñalada, Clavel, el Pianista… Camac, el dirigente minero o Gabriel el estudiante.

Como sabemos, JMA alude constantemente a la luz y el sonido en la prisión, comparando dichos elementos al interior del penal en interrelación con el mundo exterior, así como su propio mundo interior: sus evocaciones y recuerdos.

La memoria en imágenes o el recuerdo de sonoridades y espacios anteriores, iluminan y fortalecen al joven protagonista en la prisión, como una fuente de vitalidad permanente.

De la misma manera como personajes, sensaciones y situaciones se interrelacionan en espacios pequeños y grandes, en un microcosmos dentro de un cosmos mayor, así también en el Sexto se describen dichos espacios sonoros y se interrelacionan las personas desde sus propias canciones y modos de ser.

Himnos transformando el centro penitenciario

            “Cargábamos nuestras cosas. Yo llevaba un delgado colchón de lana; era de los más afortunados; otros sólo tenían frazadas     y periódicos. Marchábamos en fila. Abriendo la reja con gran cuidado, pero la hicieron chirriar siempre, y cayó después un fuerte golpe sobre el acero. El ruido repercutió en el fondo del penal. Inmediatamente se oyó una voz grave que entonó las primeras notas de la Marsellesa aprista, y luego otra altísima que empezó la Internacional. Unos segundos después se levantó un coro de hombres que cantaban, compitiendo, ambos himnos. Ya podíamos ver las bocas de las celdas y la figura de los puentes. El Sexto, con su tétrico cuerpo estremeciéndose, cantaba, parecía moverse”.

La comparación con los gallos de pelea, reafirma su forma de ver campesina, andina.

         “Recomenzaron el canto. Me acordé de los gallos de pelea de un famoso galpón limeño. Cantaban toda la noche sin confundirse ni equivocarse jamás. ¿Cómo sabían en qué instante le tocaba su turno a cada uno? Los presos del Sexto también, en sus distantes celdas, seguían las notas de los himnos sin retrasarse o adelantarse, al unísono, como por instinto”.

El recuerdo que reanima

La evocación, necesaria para reanimarse, la expresa en bellas imágenes de su pueblo, donde los espacios sonoros y de luminosidad especial hacen que el ser humano se sienta integrado a la misteriosa y apreciada existencia natural.

       “Yo me crié en un pueblo nubloso, sobre una especie de inmenso andén de las cordilleras. Allí iban a reposar las nubes. Oíamos cantar a las aves sin verlas ni ver los árboles donde solían dormir o descansar al mediodía. El canto animaba al mundo así escondido; nos lo aproximaba mejor que la luz, en la cual nuestras diferencias se aprecian tanto. Recuerdo que pasaba bajo el gran eucalipto de la plaza, cuando el campo estaba cubierto por las nubes densas. En el silencio y en esa especie de ceguedad feliz, escuchaba el altísimo ruido de las hojas y del tronco del inmenso árbol. Y entonces no había tierra ni cielo ni ser humano distintos. Si cantaban en ese instante los chihuacos y las palomas, de voces tan diferentes, el canto se destacaba, acompañaba al sonido profundo del árbol que iba del subsuelo al infinito e invisible cielo”.

Lima, la ciudad donde nunca llueve, tiene en realidad sus lloviznas y brumas. Los migrantes de todas partes se sorprenden de que en la capital de verdad nunca llueva. Pero en la cárcel, el protagonista compara la nubosidad de su pueblo con ésta de Lima. Y es el canto femenino – en realidad de un homosexual llamado Rosita – que para sorpresa suya es transformado por la garúa capitalina.

      “Lima, bajo la llovizna, a pesar de lobreguez, me aproximaba siempre, algo, a la plaza nublada de mi aldea nativa. Me sorprendió, por eso, que la garúa hubiera cambiado de naturaleza al canto de mujer oído allí, entre los nichos del Sexto”.

El grito de Puñalada

Otros personajes como Puñalada, que gritaba los nombres de los internos cuando eran requeridos para alguna diligencia o para su salida del centro penitenciario, tiene presencia emotiva en la novela; esa forma de gritar y de “hendir el aire” y “repercutir la voz en el pecho de los presos”, es motivo de este fragmento, en el que los espacios, las cosas y las personas se interrelacionan a través del sonido cargado de sentidos.

    “Todo el Sexto parecía vibrar, con su inmundicia y su apariencia de cementerio, en ese grito agudo que era arrastrado por el aire como el llanto final de una bestia”.

      “A veces cantaban en coro los vagos o los ladrones, en sus celdas, acompañándose del ruido de cucharas con las que marcaban el ritmo. Se excitaban e iban apurando la voz, mientras la llovizna caía o el sol terrible del verano pudría los escupitajos, los excrementos, los trapos…(…)”

      “Sobre el coro de los vagos y el vocerío de los presos del primer piso, la voz de Puñalada hendía el aire, lo dominaba todo, repercutía en el pecho de los que estábamos secuestrados en la prisión.” (…) el tono del grito, su monotonía, su última sílaba se hundía en nosotros, a la luz del sol o bajo la triste llovizna de los inviernos. ¡Puñalada! Era su nombre; nadie sabía cuál era el que pusieron a ese negro gigante en su fe de bautismo”.

Un sol de triste sangre

Para un andino, el sol, el Inti, principal centro del universo para los Runas, es fuente de vida, calor, luz; revivifica en cada planta, animal, persona, árbol o insecto. Pero el sol de Lima en invierno es especialmente triste, peor aún en una prisión y JMA lo compara con el rostro de un interno japonés extraviado y perdido en ese mundo hostil.

       “En los inviernos de Lima el crepúsculo con sol es muy raro. Los inviernos son nublados y fúnebres, y cuando repentinamente se abre el cielo, al atardecer, algo queda de la triste humedad en la luz del crepúsculo. El sol aparece inmenso, sin fuerzas; se le puede contemplar de frente, y quizá por eso su resplandor llega tan profundamente a los seres anhelantes. Nosotros podíamos verlo desde lo alto del tercer piso del Sexto; lo veíamos hundirse junto a las rocas de la isla que ennegrecía. Es un sol cuya triste sangre dominaba a la luz y despertaba sospechas irracionales; yo lo encontraba semejante al rostro del japonés que se arrastraba sonriendo por los rincones de la prisión”.

La torre de la Iglesia a la hora del puñal

Existe en la cultura musical andina, conceptos de densidad sonora, que generan una densidad ambiental llenando todo el espacio. La música interpretada en instrumentos de viento, por ejemplo, no dejan espacios ni tiempos en silencio, lo van cubriendo todo de manera contínua; es la sonoridad del espacio. De igual manera, JMA desde la prisión observa la densidad sonora que expresa el “pulso de la ciudad”. Y una vez más las campanas lacerantes en el momento supremo del crepúsculo.

       “La alta torre de María Auxiliadora, con su reloj, nos recordaba la ciudad. En la mañana, el repique de sus campanas que el ruido de los cláxones ensordecía, y la propia cúpula gris pero aguda que parecía tan próxima, casi al alcance de nuestras manos, nos transmitía el ritmo de la ciudad, su pulso. Pero en las tardes, a la hora puñal y más, cuando se abría un crepúsculo con sol, esa torre nos laceraba.”

Canto y luz para fundar la dicha eterna

En una de sus cartas, antes de morir, JMA dijo “a través de la quena y el charango lo oiré todo”, asumiendo que la muerte no existe y que hay otras formas de existencia cuando uno pasa a otra dimensión. Esta afirmación vale también para los que se echan para atrás sin asumir la vida con valentía, según Cámac. Y la mejor forma de vivir ese momento era hacer una guitarra.

            “No hay muerte, sino para los que tiran para atrás. Esos nos joden pero están muriendo. ¡Mañana empiezo a hacerte una mesa y una guitarra! ¡Nos entretendremos! ¡Pensaremos! Iremos adelante!”

El ánimo del preso, era, en el corazón del joven estudiante, una lección de vida.

           “De su ojo sano, de veras, brotaba la vida. Su cuerpo apenas podía moverse, pero la luz de ese único ojo volvió a hacerme sentir el mundo, puro, como el canto de los pájaros y el comenzar del día en los altísimos valles fundan en el ser humano la dicha eterna, que es la propia tierra”.

El pianista

Las historias personales se entretejen en el espacio espantoso de la prisión. Las descripciones siempre incorporaron la música, las canciones, como parte de la personalidad y la pertenencia sociocultural de los personajes, son pretextos para ahondar la comprensión de la profundidad humana y las terribles transformaciones de las personas en la cárcel, donde se sufre violencia de todo tipo:

     “El pianista apareció del fondo del penal, corriendo. Solía hacer ejercicios; y siempre caía al suelo, porque se le rendían las piernas. Esta vez se detuvo cerca de la celda encortinada; no cayó; se sentó conscientemente en el suelo, con la cara hacia la celda. Empezó a “tocar” en el piso y a mover la cabeza. Cantaba; podía oírle desde la altura. Su voz delgada, temblorosa, como la que sale de un vientre vacío, intentaba seguir alguna melodía. Luego se calló y quedó como pensativo, con la cabeza apoyada sobre el pecho. (…)”

La violencia sexual y de acoso permanente contra el Pianista, lo habían llevado a una situación extrema de enfermedad y degradación humana, sin embargo un hálito de vida y dignidad brotaba en su canto.

       “¿Cómo puede funcionar aún el cuerpo de un hombre así aniquilado, convertido en esqueleto que la piel apenas cubre? Me preguntaba. Pero el Pianista se animó de repente; cantó de nuevo, tocando el piso con los dedos, entusiasmado. Levantó la cara hacia la celda donde estaba encerrado Clavel. (…)”

(…)

El pianista fue agredido y estaba moribundo cuando el joven Gabriel lo abrigó poniéndole un saco-.

         “Yo sostenía el cuerpo del Pianista. Se echó a cantar en voz bajísima, sin quitar los ojos de Mok´ontullo. Y cuando me agaché para frotarle las piernas, escuché grandes carcajadas junto a la reja. Puñalada y los vagos que estaban con él, reían. El Pianista no escuchaba las carcajadas; siguió cantando”.

Más adelante, cuando Gabriel muestre su tristeza y desazón por la muerte del joven, los otros internos le dirán que no tendría qué preocuparse tanto, que solamente era un vago, a lo que Gabriel dice: No era un vago, era un estudiante de piano.

“El canto es la flor de los humanos”

Gabriel el joven estudiante se hace amigo de Cámac el dirigente minero, con quien establece una relación de amistad que se consolida más por compartir el idioma y la música que por la ideología.

La empatía y complicidad que se establece entre paisanos o hermanos de la misma cultura, es inmediata; la lengua y la música los une y hasta se convierten en motivo de ocupación y trabajo esperanzado dentro de la cárcel.

“Mejor haremos la guitarra. Que Pedro encargue a su hermana las clavijas, las cuerdas y los trastes. Cola tenemos en la prisión.

Palomita blanca,

palomita blanca

cuculí;

de noche yo vengo a verte

porque de día no puedo,

cuculí madrugadora.

Camac cantó despacio, con muy débil y delgada voz.

  • Y tú? – me dijo

Torcaza a dónde vas

Con apresurado vuelo

Baja y calma mi vida

Que en triste dolor subsiste”.

(…)

La conversación y los cantos de los compañeros de celda se ven interrumpidos por el canto del homosexual:

La voz de Rosita nos interrumpió

Partiré canturreando

Mi poema más triste

Le diré a todo el mundo

Lo que tú me quisiste…

  • El marica está con melancolía – dijo Cámac
  • El piurano puede quitarle todo
  • Ya adelantó mucho el Rosita ¿No sabrá el piurano?

Rosita volvió a cantar. Todo el penal quedó como en silencio.-

“El natural del hombre se pudre en Lima – dijo Cámac – El marica está cantando y parece reina su voz en el Sexto. Quizá ese hombre no es nacido de mujer; lo habrá parido una de esas celdas de abajo. Será pues hijo del viento en las pestilencias y el cargazón de sufrimientos y en los orines que hay abajo. Su flor es, su flor verdadera. Así como canta triste, mañana puede destripar a cualquiera, quizá al piurano…

“A medida que Cámac iba analizando el canto del Rosita, la voz delgada, clara y sentimental del invertido penetraba en la materia íntegra del Sexto. Es su flor, su flor verdadera! A nosotros también parece nos toca – siguió diciendo Cámac – Pero cuanto tengamos nuestra guitarra, ya no entrará a esta celda, Ya no va a entrar”.

Los comentarios a estos sucesos son obvios; cada quien en su mundo y su modo de ser, trata de comprender la situación y la historia personal del otro. “El natural del hombre se pudre en Lima”, se refiere a que lo natural, la naturaleza espontánea del hombre desaparece en la ciudad capital en oposición a lo natural del campo.

No se comprende como natural la homosexualidad y sin embargo se entiende que el canto es su flor, lo más natural y espontáneo que puede producir un ser humano. Es un pensamiento indígena muy antiguo, encontrado en varias culturas: “el canto es la flor de los humanos”.

De manera que si el Rosita es un invertido sexual, cuya naturaleza había sido pervertida, le queda el canto para expresar con sinceridad y sin falsedades, su propio sentir. La voz clara impregnaba toda la cárcel e inclusive “tocaba” a los otros internos que se sentían tan distintos y distantes de él. El canto, a veces, salva la dignidad de las personas.

Las canciones en el primer piso

En el Perú existe un sinfín de géneros musicales – yaravíes, harawis, waynos, pasacalles, kashwas e innumerables – miles – de danzas. El repertorio andino es marcadamente distinto al repertorio musical costeño, criollo o afroperuano; distinto también a lo amazónico.

El Sexto albergaba a delincuentes comunes principalmente limeños, costeños. Ellos, en el primer piso del penal, también cantaban; Arguedas incluye en su narración también los olores, la luz, el sonido y el silencio.

      “Maraví Hacía cantar el vals, pero en otras celdas del primer piso también cantaban. Con la humedad de la noche y el viento, la fetidez del primer piso subía, invadía las celdas, iba a la calle; llegaba a todas partes, junto con el ruido de las cucharas que los asesinos del primer piso hacían tocar para marcar el compás de valses, polkas y pasodobles. La fetidez ahogaba las celdas aquella noche; llovía”.

      “Silencio , desgraciados! – gritó alguien en nuestro piso”.

       “Repitió el grito más cerca, sin duda con la boca entre los barrotes de la puerta. Reconocí la voz. Era la de Pacasmayo, un preso sin partido (…)”

       “Entre los cantos, no por incesantes menos tristes, de los vagos y asesinos, aquella noche, el grito de Pacasmayo llenó el aire, estalló bajo mi pecho”.

        “¡Es Pacasmayo! – digo Cámac – Ya está mal de la cabeza. La voz no le sale de la garganta, sino de la nuca. ¡Pobrecito!”

La voz humana es vibración de todo el cuerpo, transita desde la propia persona tratando de establecer algún tipo de comunicación. Los timbres vocales expresan personalidades, estados de ánimo, códigos estéticos, códigos de comunicación; que quien los perciba interpretará desde su propia memoria, según su entender.

       “Estos asesinos también cantan, ¿para qué? – me dijo Cámac – cantan feo, como preparándose para sus asquerosidades. Tengo mucho tiempo en el Sexto; ahora están cantando como sin saber por qué. No pueden terminar. Todas las noches cantan, pero ahora están creo, descalabrándose, corriendo no sé adónde.”

La memoria en el presente

La inclusión de la descripción que JMA hace de Yawar Fiesta, en El Sexto, fiesta que fuera motivo de su primera novela, muestra la intensidad con que quedaron grabadas en la retina de un niño o adolescente la imagen de un cóndor cautivo.

Se trataba del ave más grande del mundo, el Cóndor, considerado un Apu, una deidad que domina los cielos. Su presencia implica muchos mensajes para las comunidades andinas.

Los españoles habían introducido en el Perú la corrida de toros; sin embargo este animal – andinizado – como diría JMA, había reemplazado a otras figuras míticas en los Andes, como por ejemplo al Amaru – serpiente que habita el fondo de los lagos – Sin embargo en esta celebración de Yawar Fiesta, la corrida de toros no significa la muerte del toro, sino la venganza simbólica de la cultura andina sobre la cultura foránea. El cóndor es capturado, primeramente, para después colocarlo en el lomo del toro que resistirá los picotazos del desesperado animal atrapado y atado.

La narración del cóndor cautivo para comparar el cautiverio de los presos en El Sexto, es fuertemente conmovedora.

       “Yo volví a ver en esos instantes, en la memoria, la marcha de los cóndores cautivos por las calles de mi aldea nativa. Una orquesta de pitos y tambores marcaba el compás. El Cerro Auquimarca ardía con el sol; estaba cubierto de las rojas flores de k´antu y el sol a esa hora lo hería de frente. Aún sobre las piedras oscuras de la montaña sombrillas de flores crecían y jugaban con el viento. El resto de la tierra, yerbas y arbustos, en ese mes de agosto, estaban ya quemados por la helada”.

            “Frente al Auquimarca así radiante, marchaban los cóndores atrapados en la cordillera para la corrida de toros. Cuatro hombres, dos de cada lado, les abrían y apresaban las alas. La multitud acompañaba en silencio el cortejo; sólo a instantes vivaban a la patria en su castellano bárbaro. Yo iba llorando delante de los aukis cautivos; los otros niños festejaban la marcha, corrían de una acera a otra, reían, lanzaban gritos de júbilo”.

Lo que podía ser motivo de júbilo y alegría para otras personas, adultas o jóvenes, para JMA era un sufrimiento.

        “Yo contemplaba padeciendo la marcha de esos cóndores a los que hacían caminar a saltos, mientras que los señores del pueblo aplaudían des la aceras y balcones. Cada cóndor llevaba al cuello cintas de colores. Caminaban con la cabeza echada a un lado; la mancha blanca, inmensa, del lomo y las alas se extendía bajo la luz. Abrazaban casi todo lo ancho de la calle, con las alas. Iban a saltos; yo tenía la impresión de que sus patas les dolían, porque apenas tocaban las piedras del suelo, las levantaban sufriendo”.

(…)

El ritual consistía en brindar la fiesta a los Apus de las montañas, dicha fiesta como toda celebración andina integra muchos elementos artísticos, cantos, danzas, color y movimiento.

          “Los cóndores debían reverenciar a la montaña. Los detenían en la bocacalle y los hacían danzar al compás de un ritmo especial que los músicos tocaban con esmero. Un muchacho vestido de seda roja, con zapatillas, y un gran sombrero cubierto de espejos, danzaba sirviendo de modelo y de guía a los cóndores. La multitud se descubría y cantaba en coro. Agitaban a los cóndores; sus guardas lanzaban gritos. Después les hacían dar un rodeo por toda la plaza. Frente a la iglesia se repetía la danza”.

La solidaridad por el sufrimiento del cóndor cautivo sobrepasaba el contexto festivo, expresando tal dramatismo el canto de las mujeres: Jarawi o Harawi.

       “Cuando, por fin les hacían subir las gradas que conducían al corredor de la cárcel, y los metían presos, encostalándolos uno por uno, siempre entre música y cantos, yo me abrazaba a alguno de los pilares del corredor. Las mujeres entonces cantaban un jarahui, el más triste, y los piteros cesaban”.

Como en otras ocasiones, JMA sintetiza luz y sonido para expresar con más fuerza el mundo emocional; la luz “repercute” y el sonido del jarawi ilumina o pinta de color el escenario.

         “El sol encendía la tierra de la plaza; el arbolito de lambras nadaba en el fuego blanco del piso y de la fachada del templo en cuya cal la luz repercutía. El Auquimarca, con las reverencias, aparecía más silencioso, más rojo y solemne bajo el cielo cristalino. El jarahui tristísimo penetraba en todas las cosas del pueblo así iluminado y conmovido. Reventaban dinamitazos en honor de los cóndores. El canto de las mujeres seguía; tenía más poder que los truenos, que la luz y la faz enrojecida de la montaña”.

JMA otorga al canto de las mujeres el máximo poder, mayor que los dinamitazos, los truenos y las montañas.

El protagonista en El Sexto, sentía, frente a los otros compañeros presos, de manera similar como sentía mirando a los cóndores cautivos:

       “Con la boca sobre el madero del pilar yo oía y lloraba; mi cuerpo sentía al mundo empapado, dominado por el espectáculo de la marcha y por el jarahui que lo penetraba y rendía.

Yana k´enti, yana k´enti

Saykusk´a

May llak´tamantan hamuchkanki

Tutyaspa

Picaflor, picaflor negro,

Cansado,

Desde qué pueblo llegas convertido en sombra”.

La mirada humanista de Arguedas conmueve al lector cuando compara al cóndor con el ser humano cautivo y se pregunta: “ ¿Desde qué pueblo llegas convertido en sombra?”

En otras novelas también aparece la sombra como un no ser. La luz, el brillo, el color, inclusive de la sangre, es expresión de vida; pero el máximo abatimiento es el que postra al ser humano en la total ausencia de ánimo, en un no ser, cuando se vuelve una humillante y humillada sombra.

¿La utopía arguediana?

Las conversaciones entre Gabriel, el estudiante detenido y Camac, el dirigente minero, hermanados por sus deseos de justicia en el país, brindan la posibilidad de analizar las dos propuestas ideológicas distintas: una, la comunista, vinculada a las ideas difundidas internacionalmente como parte del movimiento político de izquierda, y la otra, enraizada en los conocimientos y valores de la antigua cultura peruana.

Arguedas en más de una ocasión aclaró que él no era indigenista. La supuesta propuesta de volver a estructuras sociopolíticas prehispánicas ha sido expuesta por Mario Vargas Llosa en su libro “la utopía arcaica”, dando especial importancia a la novela El Sexto, que sería la obra literaria en la que se expone dicha utopía.

      “Cámac, el Perú es mucho más fuerte que el General y toda su banda de hacendados y banqueros, es más fuerte que el míster Gerente y todos los gringos. Te digo que es más fuerte porque no han podido destruir el alma del pueblo al que los dos pertenecemos”.

El alma se expresa a través de la música y las danzas; el alma es sentimiento que desborda las palabras, a veces se guarda silencio como estrategia de supervivencia.

        “He sentido el odio, aunque a veces escondido, pero inmortal que sienten por quienes los martirizan; y he visto a ese pueblo bailar sus antiguas danzas; hablar en quechua, que es todavía en algunas provincias tan rico como en el tiempo de los incas”.

La cultura tiene en el idioma verbal la principal médula y fuente de persistencia. El idioma – el quechua – junto con sus expresiones artísticas permiten una afirmación personal y colectiva, un sano orgullo de ser, de existir, de ser tan valioso como cualquiera en el mundo.

         “¿Tú no has bailado el toril en Sapallanga y en Morococha misma? ¿No te has sentido superior al mundo entero al ver en la plaza de tu pueblo la chonguinada, las pallas o el sachadanza? ¿Qué sol es tan grande como el que hace lucir en los Andes los trajes que el indio ha creado desde la conquista? ¡Y eso que tú no has visto las plazas de los pueblos del Cuzco, Puno, Huancavelica y Apurímac!”

Y expone luego su tesis fundamental. JMA habló en distintos documentos sobre la capacidad del pueblo indio para tomar elementos foráneos, transformarlos según sus necesidades y llevar adelante nuevas expresiones, de signo propio.

           “Sientes, hermano, que en esos cuerpos humanos que danzan o que tocan el arpa y el clarinete o el pinkullo y el siku hay un universo; el hombre peruano antiguo triunfante que se ha servido de los elementos españoles para seguir su propio camino”.

Y una vez más expresa que no es solamente elaboración humana o social, sino que la naturaleza toda guarda una coherencia con el espíritu de los pueblos andinos.

       “Los ríos, las montañas, los pájaros hermosos de nuestra tierra, la inmensa cordillera pelada o cubierta de bosques misteriosos, se reflejan en esos cantos y danzas. Es el poder de nuestro espíritu”.

Luego entra directamente a la crítica de la cultura occidental capitalista. A su espíritu mercantil, a la desvalorización del sentido humano en mujeres y varones, supeditados a las leyes del capital.

          “¿Y qué hay en los señores y en los místeres que dominan nuestra patria? ¿Qué hay de espíritu en ellos? Sus mujeres tienden a la desnudez, casi todos los hombres a los placeres asquerosos y a amontonar dinero a cambo de más infierno para los que trabajan, especialmente para los indios”.

(…)

       “¿Cuál es la diferencia que hay entre esto señores y los cholos e indios para quienes toda la miseria es considerada legítima a su condición de indios y cholos? Son ellos los que mueren, como tú dijiste una vez. No se puede en este mundo mantener por siglos regímenes que martirizan a millones de hombres en beneficio de unos pocos y de unos pocos que han permanecido extranjeros durante siglos en el propio país en que nacieron. ¿Qué ideal, hermano Cámac, inspira a nuestros dominadores y tiranos que consideran a cholos e indios de la costa y de la sierra como a bestias, y miran y oyen, a veces, desde lejos y con asco, su música y sus danzas en las que nuestra patria se expresa tal cual es en su grandeza y su ternura? Si no han sido capaces de entender ese lenguaje del Perú como patria antigua y única, no merecen sin duda dirigir este país. (José María Arguedas – en El Sexto – 1957)

         “Y creo que lo han sospechado o comprendido. Se empeñan ahora en corromper al indio, en infundirle el veneno del lucro y arrancarle su idioma, sus cantos y sus bailes, su modo de ser, y convertirlo en miserable imitador, en infeliz gente sin lengua y sin costumbres”.

           “Están arrojando a los indios por hambre, de las alturas, y los amontonan en las afueras de las ciudades, entre el polvo, la fetidez del excremento y el calor. Pero se están poniendo una cuña ellos mismos. A un hombre con tantos siglos de historia, no se le puede destruir y sacarle el alma fácilmente; ni con un millón de maleantes y asesinos. No queremos, hermano Cámac, no permitiremos que el veneno del lucro sea el principio y el fin de sus vidas. Queremos la técnica, el desarrollo de la ciencia, el dominio del universo, pero al servicio del ser humano, no para enfrentar mortalmente a unos contra otros ni para uniformar sus cuerpos y almas, para que nazcan y crezcan peor que los perros y los gusanos, porque aun los gusanos y los perros tienen cada cual su diferencia, su voz, su zumbido, o su color y su tamaño distintos. No rendiremos nuestra alma”.

      “Camac se puso de pie. Me abrazó, su ojo sano resplandecía”.

  • Háblame así! Yo te haré tu guitarra; antes de morirme oiré todavía que la tiemplas. Porque yo estoy muy mal por dentro. Sòlo los comunistas…
  • Pero yo no soy comunista, Cámac; muchos otros participan de los ideales de justicia y libertad, acaso mejor que los comunistas”. (José María Arguedas en El Sexto)

 

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