Pequeños relatos

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Pequeños relatos

Chalena Vásquez

Niebla
Ha pasado la noche al filo del precipicio.
Una niebla muy densa con intermitentes rayos blancos le cubría la
cara; así como se iluminan los cuerpos de los amantes en la cúspide
de la plenitud cuando el clímax compartido relampaguea.
Dicen que el corazón nunca duele, pero eso no es cierto.
Una aguda punzada le haría recordar el dolor en cada palpitación, en
cada arteria, en cada vena, en cada hebra del cabello, en los huesos y
la matriz; la matriz destrozada por el hombre vestido de blanco, con
plateados instrumentos de acero helado que entre sus piernas partían
su cuerpo en dos, en tres, en infinitas partículas que fluían en el rojo
incontrolable, sin anestesia.
No pudo extender sus alas o dejarse caer al vacío, porque los rayos de
luz intermitente la cegaban y porque la vida la impulsó en sentido
contrario.
Se internó en la noche capitalina. “Debe haber formas de justicia que
liberen el deseo de morir o de vengarse” pensó. “Mañana será otro día”,
así dijeron en la película.

 


 

Despacito
Encontró la rama perfecta para reposar su vuelo cansado en la
ventana. Se paró en ella blanda y sutilmente, después de haber
navegado en miles de círculos, ondas y espirales, que diseñaron sus
alas en incontables despliegues de luz.

No es más cierto el camino que la línea dibujada por las ansias de
llegar a la orilla de tu canto en la hora vespertina.

No te darás cuenta que ha llegado y mira por encima de tu hombro
las palabras que dibujas en la pantalla conectando ilusiones a miles de
kilómetros hasta otros continentes.

¿Quién deja mensajes en mi frente que no puedo descifrar en este
instante?

Te levantas otra vez, la ventana se ha movido.

No, no vendrá otra vez, es ésta la soledad que anhelo, solamente a
través de la pantalla puedo alcanzar y dejar cuando yo quiera las
amantes efímeras o eternas.
Y la brisa se aleja, despacito.


 

Imágenes matutinas
Sale temprano por la vereda tantas veces recorrida. Un peche rojo
entre las ramas totalmente desnudas podría anunciar nuevas pasiones,
pero no, está solo y espera morir como ha muerto ya su amada, que
se encuentra en el suelo reseco entre las pajas.
Más allá está despierto el loco de la esquina que suele dormir
abrigándose con periódicos. Estira la mano asustando a los peatones
que pasan presurosos a tomar un bus para el trabajo. Mira los ojos
vacíos de la gente y canta a gritos repitiendo:

A dónde vas con tanto apuro! si el mundo no va a ninguna parte.
Y mira!… yo soy libre, aquí en la vereda, en la otra avenida, en el
parque, en la puerta de la iglesia… en el próximo valle, en la
ciudad de los relámpagos, en mi pueblo abandonado, en las
aldeas sumergidas, pero tengo un poco de hambre, un poquito no
más.


 

Serenata a la luna
La respiración se agita al borde del tubo de caña, de madera, de
metal, de cerámica, de plástico, ya qué importa. Es el viento que se
mueve al infinito de una partícula a otra, de este país a otro, de este
continente al otro, de esta soledad a otra.
Conectada por extraños sentimientos, como cadenas o redes
invisibles, nadie imagina cómo las estrellas de la noche saben de su
canto, de su risa, del sonido extraño de lamento; ha de ser que en el
movimiento pausado inacabable van deslizándose mensajes
imbatibles hasta chask´a, el lucero matutino y trasnochado.-
A veces sale corriendo bajo la luz de la luna y toca alzando la mirada,
“ésta es para ti, tu serenata…” – le dice – “luna hermana, luna amiga,
luna hermosa que alumbras un poquito, mi camino”.
Y corre por las calles empedradas, persiguiendo luciérnagas con su
misteriosa quena de caña, de madera, de metal, de arcilla, de
plástico… qué importa.

 


 

Mar
Y me alejo de ti, murmullo vespertino. Las piedras redondeadas por
los siglos reflejan húmedas los últimos rayos del sol.
Es la perfección del amor, de los enigmas.

Las gaviotas de alas transparentes dibujan en el cielo extrañas
coreografías. No comprendo aún por qué van y vuelven sin hacer
nada más que eso: ir y volver.

Quizás la vida sea solamente ir y volver entre puntos imaginarios, que
apenas se tocan entre sueños y vigilias.

Al fondo desaparece en la niebla la isla abandonada, aquélla donde
dicen que aún gritan las almas abatidas por la ira y el absurdo.

Volveré mañana a esperar en tu orilla el canto que siempre llega y
llega y llega surcando las olas, la espuma y la memoria.

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